30 dic 2008

Fragmento de "El Mortal Inmortal"

Los celos, con todo su veneno y toda su miseria, penetraron en mi pecho. Derramé un torrente de lágrimas, pensando que nunca podría proclamarla mía; y luego maldecí un millar de veces su inconstancia. Pero mientras tanto, seguí avivando los fuegos del alquimista, seguí vigilando los cambios de sus incomprensibles medicinas.

Cornelius había estado vigilando los progresos de sus alambiques también durante tres días y tres noches, sin cerrar los ojos.

—Aún no están a punto —murmuraba—. Winzy, tú sabes estar atento, eres constante... Observa esa redoma de cristal. El líquido que contiene es de un color rosa suave; en el momento en que empiece a cambiar de aspecto, despiértame... Hasta entonces podré cerrar un momento los ojos.

Apenas oí las últimas palabras, murmuradas casi en medio del sueño. Sin embargo, dijo aún:

—Y Winzy, muchacho, no toques la redoma... No te la lleves a los labios; es un filtro..., un filtro para curar el amor. No querrás dejar de amar a tu Bertha... ¡Cuidado, no bebas!

Y se durmió. Su venerable cabeza se hundió en su pecho, y yo apenas oí su regular respiración. Durante unos minutos observé las redomas...; la apariencia rosada del líquido permanecía inamovible.

Luego mis pensamientos empezaron a divagar... Visitaron la fuente, y se recrearon en un millar de agradables escenas que ya nunca volverían... ¡Nunca! Serpientes y víboras anidaron en mi cabeza mientras la palabra «¡Nunca!» se semiformaba en mis labios. ¡Mujer falsa! ¡Falsa y cruel! Nunca me sonreiría a mí como aquella tarde le había sonreído a ese tal Albert. ¡Mujer despreciable y ruin! No me quedaría sin vengarme... Haría que viera a Albert expirar a sus pies; ella no era digna de morir a mis manos. Había sonreído desdeñosa y triunfante... Conocía mi miseria y su poder. Pero ¿qué poder tenía?... El poder de excitar mi odio, todo mi desprecio, mi... ¡Todo menos mi indiferencia! Si pudiera lograr eso..., si pudiera mirarla con ojos indiferentes, transferir mi rechazado amor a otro más real y merecido... ¡Eso sería una auténtica victoria!

Un resplandor llameó ante mis ojos. Había olvidado la medicina del adepto. La contemplé maravillado [...]. La redoma parecía un globo de viviente radiación, precioso a los ojos, invitando a ser probado. El primer pensamiento, inspirado instintivamente por mis más bajos sentidos, fue: «lo haré..., debo beber».

Alcé la redoma hacia mis labios. «Eso me curará del amor..., ¡de la tortura!» Llevaba bebida ya la mitad del más delicioso licor que jamás hubiera probado paladar de hombre alguno, cuando el filósofo se agitó. Me sobresalté y dejé caer la redoma... El fluido se extendió llameando por el suelo, mientras sentía que Cornelius aferraba mi garganta y chillaba:

—¡Infeliz! ¡Has destruido la labor de mi vida!

Cornelius no se había dado cuenta de que yo había bebido una parte de su droga. Tenía la impresión, y yo me apresuré a confirmarla, de que yo había alzado la redoma por curiosidad y que, asustado por su brillo y el llamear de su intensa luz, la había dejado caer. Nunca le dejé entrever lo contrario. El fuego de la medicina se apagó, la fragancia murió... y él se calmó, como debe hacer un filósofo ante las más duras pruebas, y me envió a descansar.

No intentaré describir los sueños de gloria y felicidad que bañaron mi alma en el paraíso durante las restantes horas de aquella memorable noche. Las palabras serían pálidas y triviales para describir mi alegría, o la exaltación que me poseía cuando me desperté.

Mary W. Shelley.

27 dic 2008

XXIV de diciembre


Durante la semana pasada anduve pensando a quién regalar algo por estas fechas navideñas. No sé si mi decisión fue la mejor (ahora dudo), pero al final decidí darle un regalo a Musa. Para esta elección, tuve que aceptar anticipadamente que nada recibiría de ella (nada físico y palpable), o al menos eso creía.

Luego de crear una lista mental sobre qué regalarle, decidí por realizar algo por mí (como casi siempre había hecho). Quería darle algo único y diferente, que ningún pariente o amigo(a) le pueda regalar. Decidí elaborar un CD que recopilara cosas pasadas: fotos, textos, música y algún otro detalle que en algún momento yo hice (o hicimos).

Terminada la empresa (no pensaba que sería tan complicada) el mismo 24 de diciembre a las tres de la madrugada, me sentía algo contento conmigo mismo: el resultado era agradable. Descansé lo poco que pude y luego tuve que informarle a Musa sobre lo que había preparado para ella. No me quedaba opción, quería dárselo personalmente y a tiempo (no como en su cumpleaños).

Esa decisión no lo pensé muy bien y luego me arrepentí: no quería verla a solas (o era que los nervios me mataban). Para prevenir cualquier acción estúpida, tracé un plan en mi cabeza: tenía que ir a su casa, tocar su puerta, esperar que salga, verla, abrazarla por navidad, darle su regalo y "huir" de su hogar que me creaba muchas reminiscencias.

A las cinco de la tarde, decidido y más seguro, recorrí la misma ruta que me conducía a su casa una vez más. Llegué, toqué, salió Musa y me regaló una sonrisa que casi me congeló. Tuve que mantenerme firme y de inmediato (y con mucha torpeza) la abracé. Durante ese único segundo en que la tuve entre mis brazos, varias emociones comenzaron a surgir, precipitándose mi pulso y desapareciendo mi tranquilidad. Ella se sintió incómoda (creo) y por ello preferí no seguir con escena.

Seguíamos parados y en la puerta de su casa. Le deseé un "feliz navidad" falso y le entregué el regalo muy decido y (desafortunadamente) algo ansioso. Le expliqué que no era un CD de música (como antes), que lo debía revisar en su computadora y que el DVD, que adjuntaba con mi regalo, era de un anime que me había gustado (Saikano). Ella lo agradeció mucho. Otra vez, su sonrisa (ahora más cálida) me impactó. "Vaya tonto enamorado", pienso ahora.

De acuerdo al plan, tocaba retirarme, pero no pude. Sus ojos me habían capturado y parecía sumiso ante su presencia. Al parecer, ella era mi debilidad. Estaba nervioso, temía quedar mal como lo fue en su cumpleaños (cuando no hablé nada con ella a solas). Pero, sin explicarme aún por qué, ambos comenzamos una larga conversación bastante amena y refrescante.

Conforme los minutos pasaban, más me tranquilizaba, más cómodo me sentía y más... más... más la quería. Era increible cómo hablábamos, igual que antes, como cuando "éramos". Me sentía como antes y, por momentos, tanta pasividad y elocuencia de mi parte me asustaba. Solo faltaban las caricias, los abrazos y los besos que, obviamente, nunca llegaron (y nunca volverán a llegar).

Ella me miraba casi siempre a los ojos y eso me perturbaba, no podía verla directamente, mi cuerpo se estremecía y casi siempre mi vista terminaba desviada. Sin darme cuenta, hacía referencias al pasado que ambos claramente evitábamos. Y así hablamos, duranto tanto tiempo que comenzaba acostumbrarme. Me encantaba estar hablando con ella, lo disfrutaba, cada minuto, cada gesto, cada sonrisa, cada chiste tonto, cada risa y carcajada, todo era grabado fuertemente en mis recuerdos, para nunca olvidarme de este momento que tal vez no vuelva a ocurrir.

De pronto, volvimos a la realidad. Ella preguntó por la hora, le dije que eran las seis de la tarde, se metió a su casa y volvió comentando que saldría con su mamá. Yo debía volver antes (tenía cosas que hacer), pero no me interesaba ahora lo que pasara. Deseaba pasar más rato con ella. Seguir hablando como antes, hablar, hablar y solo hablar. Si deseaba algo más, mi razón y los recuerdos me obligaban a dejarme de tonterías.

Al final, bajamos los tres y mi elocuencia seguía intacta (cosa que no pasaba normalmente). Me gustaba estar entre las dos, entre mi inspiración y su madre, que tanto cariño (posiblemente) me guarda. En un punto del camino nos despedimos. El beso que le dejé en la mejilla rosada de Musa trataba de transmitir mis agradecimientos y cariño.

Llegué a mi casa solo, pero satisfecho, con una enorme y evidente sonrisa en el rostro y con muchas ganas de escribir, y no va a ser: había contemplado a Musa por tanto tiempo que no verla era lo de menos ahora. Mis ojos dibujan constantemente su rostro, sus facciones, sus gestos, su cuerpo, sus brazos y todo su ser. Había recibido el mejor regalo de navidad: su sonrisa.

26 dic 2008

Disque Navidad


Navidad. Época esperada por todos (o al menos por algunos, especialmente niños). Yo también lo esperaba, no por su sátira, sino porque es una muy buena excusa para regalar algo sin medidas, sin esperar nada a cambio, o al menos así yo lo veo. Para otros, es un día más, como cualquier día, ya sea porque viven solos o porque no les importe por más rodeados y expuestos que estén a este espíritu. Y así, cada persona pasa su propia Navidad durante esas horas de madrugada, con el aún viviente calor por las noches y sirviendo, imitando torpemente a países del norte, chocolatada y panetón.

La cena es todo una ceremonia, prepararla es de lo más agotador. Todo es una máscara, como un momento para ser buenos y de allí, pasado el chiste, todo sigue igual, la misma rutina. Como una vez oí: "tú no has visto nada". Todo es una pomposa copia de los rituales extranjeros. Los regalos, y la farsa de Papa Noel, y... Pero ya basta, no vale la pena seguir escribiendo sobre algo que no me anima.

Particularmente, no pasé una espectacular velada. Más bien, parecía una cena familiar con algunos familiares más. El "verdadero" (y católico) espíritu en mí es ya lejano y extraño. Y ni comentar sobre los regalos. Un par de zapatillas y medias (de igual modo, no pedí nada). Pero lo trascedental para mí no sucedió en Noche Buena, sino más bien por la tarde. Eso ya lo escribiré luego.

Cené en la casa vecina, donde viven algunos familiares. Comí carnero (algo para variar) y se brindó por esta fecha. Nos fuimos temprano (a eso de las dos de la mañana), sin bailar afortunadamente, y un poco cansado por la amanecida que tuve el día anterior debido a razones que luego explicaré.

Al llegar a casa, mi computadora seguía prendida. En el MSN, estaba conectado un nuevo amigo por Internet con el que me hablaba de cosas muy interesantes. Me contó que estaba solo (lo cual me dio cierta pena) y luego comenzamos a discutir sobre libros que habíamos leído y textos que debería leer (los imperdibles). A las tres de la mañana, ya cansado físicamente, me despedí de mi interesante compañero y me acosté, con una sonrisa dibujada en mi rostro. Había sido una tranquila noche, pero una tarde sumamente hermosa. Eso escribiré más adelante.

16 dic 2008

Inevitable acercamiento

Un jueves de diciembre, luego de ver una obra de teatro con un amigo, caminamos con destino a nuestros hogares. También había ido Claudia (Musa) y varias amigas mías. Logré visualizar a Musa a una cuadra de nosotros. Estaba con una amiga, caminando también a sus casas.

La amiga de Claudia tuvo una relación con mi amigo acompañante hace varios meses. Y algo así me había sucedido con Musa. Coincidencias: delante de nosotros, estaban nuestras últimas enamoradas. Evité comentar aquello que pasaba por mi mente. Parecía que las seguíamos. Ellas voltearon un par de veces, se dieron cuenta de nuestra presencia. ¿Habrán pensado como yo lo estaba haciendo?

De pronto, ellas cruzaron la pista y tomaron la otra vereda. Miré a mi acompañante.

-¿Las seguimos?- le dije con una sonrisa, sin saber por qué le proponía aquello.
-No, pensarán que las acosamos.
-Vamos.

Crucé también la pista y llamé a mi amigo que aún no decidía seguirme. Finalmente, volvimos a estar ambos detrás de ellas. Las chicas voltearon pero sin mostrar ningún interés o gesto. Se dirigían a la casa de una amiga mía, Laura.

-Cualquier cosa, nosotros vamos a visitar a Laura.
-Sí, claro.
-Supongo que ya habrá llegado, se fue rápido luego de la obra.

Nos acercamos a ellas, quienes estaban paradas y frente a la casa de mi estimada amiga. Comencé a ponerme nervioso e inquieto. Luego de varios meses de evitar contacto con Musa, la tenía ahora muy cerca. Saludé a ambas con frenéticos besos en la mejilla. Evitaba pensar cualquier cosa.

-Hola Claudia.
-Hola. ¿Saben si ya llegó Laura?
-Creo que sí.

Tocamos. Salió su madre y nos dijo que aún no llegaba su hija. La llamé por celular y ella me dijo que ya venía. Claudia con su amiga se dirigieron a la otra vereda a esperarla. Se notaba que no querían hacernos compañía.

-Habla como una niña - Le dije a mi amigo. Era verdad, no solía ser así cuando yo estaba sola con ella, lo cual no sucedía hace ya mucho. Con sus amigas, ella era otra.
-Por algo los opuestos se atraen.

Me quedé callado. Aún me inspiraba ternura, cariño, pero esa actitud rosa me perturbaba. Parecía que me gustaba una niña de diez años. Encima, me había ruborizado al tenerla a cierta distancia de mí, estaba seguro que ella lo notó.

Finalmente, las amigas se encontraron con Laura. Nosotros las veíamos de lejos. Se saludaron y hablaron. Luego, Claudia y su amiga, siguieron su camino. Laura nos vio en la puerta de su casa. Se acercó a nosotros y la saludamos. Mi cabeza pensaba aún en Claudia, quien ya no estaba a la vista.

Conversamos con Laura. Ella es linda y compartimos varios gustos. No pude evitar sentirme bien a su lado, verla a los ojos, abrazarla como su amigo, y pensar en lo grandioso que sería estar con ella. Tanto cariño podía ponerme en evidencia, pero fácilmente todo eso podía ser confundido como una inocente amistad.

Nos despedimos (yo deseando ver aún a Claudia) y la recordé cuando retomamos nuestro camino. Esta vez, aquellas chicas, con quienes alguna vez mi amigo y yo compartimos momentos inolvidables, no estaban delante nuestro. Ya se habían alejado demasiado.

Me hubiese gustado seguirla. ¿Para qué? Ni idea.

13 dic 2008

Reclamando un beso

Caminaba a su lado muy impaciente. Su figura despertaba en mí los más oscuros deseos. Pensaba en venganza.

Años atrás, cuando por primera vez nos conocimos, ella me robó más de un beso. Yo accedí sin oposición, pensaba que salía ganando. Luego me di cuenta que era solo su consuelo, semanas antes ella había terminado con su chico.

-¿Podemos sentarnos?
-Claro.

Descansamos nuestros pies tomando la acera como asiento improvisado. Mi mente procesaba varios modos de buscar venganza. Tenía que ser sutil, que no se percate mis verdaderas intenciones.

-¿Recuerdas cómo nos conocimos?

Había comenzado mi plan. Ella se notó muy incomoda con la pregunta, creo que entendía hasta donde quería llegar.

-¿Por qué lo preguntas?
-Aún lo recuerdo... No te imaginas...

Increíblemente, ella se recostó sobre mi hombro y, mirando el suelo, me pidió perdón. No tuvo que decir más. Le dije que no se preocupara, ambos sabíamos de lo que hablábamos. Ahora era el momento, el beso. Pero... ¿era capaz?

-Gracias amigo, antes era solo una niña sin control...

Y ahora yo me sentía así. Un niño que reclamaba besos robados años atrás. Entraba en un conflicto interno difícil de controlar. ¿Debía o no?

-¿Nos vamos?

No, aún no. Espera, gira tu cabeza. Así es. Te tengo frente a mí. Muy cerca, siento tu respiración. ¿Por qué me miras así? ¿Piensas lo mismo que yo? Vamos, acércate más. No, no te alejes...

-Vámonos.

Listo, otra vez un tonto. Ella ya estaba de pie. Resignado, volví a caminar a su lado. ¿Había hecho bien? No logré reclamarle mi beso. Maldición.

9 dic 2008

Bloqueo visual

Era estreno de una obra (la fecha era una semana luego de mi cumpleaños). Supuse que Musa, acérrima seguidora de las obras, iba a estar presente. Por ello, fui al lugar alistando mis emociones y habiendo antepuesto mi indiferencia ante cualquier contacto con ella.

Ella llegó tarde, como siempre, comenzando la obra. Menos mal que estaba lejos de su asiento. Podía ver más tranquilo la obra. La prolongada función distrajo muy bien mi cabeza.

Acabada la obra, como era tradición, me fui a saludar a cada persona que actuó. Dentro del camerino: un alboroto total. Apenas saludé a todos, salí de allí y conversé con una amiga que no veía hace meses. Luego de unos segundos, Musa entraba con su hermana. Respiré aliviado. No me había cruzado con ella.

Después de unos largos minutos, una amiga, que despertaba en mí lascivia contenida, me animó para irnos. Más calmado, la acompañé a la salida, despidiéndonos de casi nadie. Para mi mala fortuna, justo Musa, con su amiga, querían irse también. Tuve que apresurar a mi acompañante. Fue en vano.

Su amiga me saludó. Con un efímero movimiento de brazos, saludé y me despedí. Musa, notando que obviamente mi saludo no era para ella, me miró. Nos cruzamos miradas cortas pero que me desconcertaron. Con más énfasis, le pedí a mi amiga para salir del lugar. Así fue. Sin mirar atrás, ambos casi escapamos. Pasado unos minutos, volteé y ya no había nadie atrás. No nos siguen, eso es bueno. Musa, creo que por fin estás fuera de mi mente.

No sabía lo equivocado que estaba.

3 dic 2008

Regalo agobiante


Después de diez días de su cumpleaños, conseguí visitarla para entregarle aquel regalo. Me aventuré entre las calles de mi barrio para llegar a su casa, siguiendo el mismo camino que varias veces había recorrido con intenciones pasionales. Al llegar, Musa se asomó desde su segundo piso. Ese primer contacto visual desde su balcón alertó mis sentidos, debía estar tranquilo y hasta casi indiferente.

Mientras esperaba que bajase, ciertos recuerdos incrementaron mi ansiedad y nerviosismo. Por fin, ella salió. Se veía... normal. Esta idea me asustó. Esperaba quedar impresionado, tímido, o hasta hinoptizado por su "supuesta" belleza. Pero no hubo gran sorpresa.

Aún así, su sola presenciaba me intimidaba. En cuestión de segundos, decidí no incrementar el fuego que comenzaba a quemar mi pecho.

-Feliz cumpleaños por atrasado.
-Gracias.

Silencio, incomodidad, ganas de abrazarla, de regalar un beso, un par de sinceras palabra (te...quiero...), hacer algo. Le entregué mi regalo. Solo logró abrir el paquete de Cd con caratula hecha por mí. "Idilo consumado" fue el nombre de ese Cd, llena de canciones que eran de mi gusto (aunque también pensando en ella). La expresión de su rostro me mantuvo confundido. Al parecer no le había "impresionado" tal título, como si lo esperase viniendo de mí.

Luego me comentó que se iría con sus amigas a Larcomar. Me desesperaba verla tan tranquila y sin molestias, solo se concentraba en su celular o en sus dedos. Esperábamos impacientemente. Pasado cinco minutos ya me sentía demasiado estúpido y cobarde. Quería irme, pero ella ni me botó ni yo le dije adiós.

Intranquilo como estaba, el tiempo era lento y agobiante. Hasta que su amiga llegó. Fue un alivio para ambos. La poseedora de mi regalo se metió a su casa y la recién llegada me saludó con extrañeza. Conversé mucho más agusto con ella y, cuando salió la cumpleañera, ambas amigas entablaron conversación propia de su edad. Me sentía ridículo y excluido, otra vez. Mejor.

Los tres bajamos por la falda de cerro (donde ella vive) y, en un punto, nuestros caminos se separaron. Ellas supuestamente se irían con sus amigas. Cuando me enteré (al día siguiente) que al final cada una se fue con su enamorado, no pude controlar mi exquisita rabia contenida. Deseaba explotar, ¿por qué me importaba con quién salía ella? No logré estallar. Maldición. Creo que olvidarla demandará mucho más tiempo.