28 may 2009

Sexa *


-Papá…
-¿Hummm?
-¿Cómo es el femenino de sexo?
-¿Qué?
-El femenino de sexo.
-No tiene.
-¿Sexo no tiene femenino?
-No.
-¿Sólo hay sexo masculino?
-Sí. Es decir, no. Existen dos sexos. Masculino y femenino.
-¿Y cómo es el femenino de sexo?
-No tiene femenino. Sexo es siempre masculino.
-Pero tú mismo dijiste que hay sexo masculino y femenino.
-El sexo puede ser masculino o femenino. La palabra “sexo” es masculina. El sexo masculino, el sexo femenino.
-¿No debería ser “la sexa”?
-No.
-¿Por qué no?
-¡Porque no! ... Disculpa. Porque no. “Sexo” es siempre masculino.
-¿El sexo de la mujer es masculino?
-Sí. ¡No! El sexo de la mujer es femenino.
-Y ¿cómo es el femenino?
-Sexo también. Igual al del hombre.
-¿El sexo de la mujer es igual al del hombre?
-Sí. Es decir… Mira: hay sexo masculino y sexo femenino, ¿no es cierto?
-Sí.
-Son dos cosas diferentes.
-Entonces, ¿cómo es el femenino de sexo?
-Es igual al masculino.
-Pero, ¿no son diferentes?
-No. O, ¡sí! Pero la palabra es la misma. Cambia el sexo, pero no cambia la palabra.
-Pero entonces no cambia el sexo. Es siempre masculino.
-La palabra es masculina.
-No. “La palabra” es femenino. Si fuera masculino sería “el pal…”
-¡Basta! Vete a jugar.

El muchacho sale y la madre entra. El padre comenta:

-Tenemos que vigilar al chico…
-¿Por qué?
-Sólo piensa en gramática.

Luis Fernando Veríssimo.

* A Mâe do Freud (traducción de Andrea Diessler). Tomado de la publicación Brasil/Cultura editada por el Sector Cultural de la Embajada del Brasil en Buenos aires, año X, número 57, julio de 1968.

26 may 2009

Posián en oscuridate


Éramos solo lar y mo. Escatíamos apasiemes, nos areciamos a los doyos. Apriopenamos de la oscuridate y nos funjenamos aposínamente, nos kiseamos y sacenamos. Mis manos rojemaron su tura, la kiseé muchas, muchas veces. Cispiré su elentia y nuestros bioles quemaban. Mis manos coremanon a supar y batar por todo su fegare.

Lar suporaba, calemente. Le quité sus gargas, su yerla, tede. Lar hizo lo mer con mi riepa. Kiseé su diello, sus hiorges, sus sanis. Mi bioquella se deperaba, se enlameraba. Entre supioros, le decía "ta dofe, ta dofe", y ella contestaba: "ta dofe merate".

Mi lienda casió por tede su querpio. Lar era tan armiesa, tan gloraniesa, era onvielable. Mi querpio se acriecó al suyo. Lar ceró mi daxe, selamente y deperantemente. Tede era sacenos y kises. Finalmente, nuestros daxes se gomeraron. Era fantálecas, sulpliome. De pronto, tullimos que piklar: escuchábamos fotes alretore. Nos kiseamos por enéltima vez y nos ropeamos. Nos funjenamos y nos ritaramos de allí, ya era kesta y nos pojían descritir.

"Fue gloranesa, tenemos que rupotarlo", le dije cuando estábamos atera. "Mo no bero", me dijo entre piras y sonrielas. Le sionrié merate y le contesré: "ya preceremos, ya preceremos..."

24 may 2009

Rojo baloncesto dominical


-¿Jugamos una más? - dijo Adrián.
-Sí, pero hasta 15 no má', 'tamos cansados - contestó pesadamente Henry.
-Yap, vamos.

Eran las once de la mañana y el frío ayudaba a refrescar nuestros cuerpos calientes. Éramos diez amigos que, debido a nuestra poca práctica en el basket, ya nos sentíamos cansados. Algunos ya tenían que hacer otras cosas. Noelia tenía que hacer una monografía para la universidad y algunos trabajos extras. Jhon tenía que irse a otro distrito que queda a unas dos horas, pero decidió jugar un partido más con nosotros. Los equipos se escogieron de manera equilibrada, según las habilidades que sobresalían en cada uno.

Ya íbamos 13 a 12, ganábamos por poco. Este partido estaba convirtiéndose en el más entretenido debido a su equilibrado juego. En eso, el balón sale y uno de mi equipo va por la pelota, me da pase, corro unos pocos segundos y veo que alguien viene para quitarme la pelota. Ya estaba en la zona de ataque, así que avancé unos tres pasos y me detuve, sostuve el balón y observé el campo en pocos segundos. A partir de ese momento, todo ocurrió en cámara lenta y varias cosas al mismo tiempo.

Busqué con la mirada a Henry, el anotador y el más alto, venía hacia mí para que le dé pase. Los otros jugadores estaban marcados o estaban demasiado lejos. Tomé una decisión rápida, lancé el balón para que Henry lo cogiese, pero, para mi sorpresa, Jhon apareció por delante y saltó para tratar de cogerlo, estirando los brazos.

Ambos cuerpos y fuerzas chocaron, la cadera de Henry se golpeó contra los hombros de Jhon y su torax se inclinó para un costado, cayendo su codo casi contra los ojos de Jhon, quien giró su cabeza rápidamente para evitar el impacto. En ese instante, como una foto, pude ver como la expresión de Jhon me perturbó: tenía cerrado sus ojos, y sus dientes se tensaron fuertemente, como queriendo aguantar el daño.

Al instante, los dos cuerpos cayeron en direcciones opuestas, Henry gritó (posiblemente por su fama de "teatrero" -exageración-), mientras que Jhon solo terminó tumbado, con sus manos sobre su ojo derecho. Cuando me acerqué a él, pude notar una mancha roja oscura sobre el asfalto. Lo primero que dijo fue: "sabía que no debía quedarme, lo sabía". Se me formó un nudo en la garganta al oír esto. Un amigo gritó:

-¡Está sangrando!
-Compraré alcohol, agua y... ¡ya regreso! - exclamó Noelia. Su reacción rápida me sorprendió, porque ni siquiera sabía cuál y cuánto era el daño.

Por un momento pensé que su ojo se había salido o que su cabeza se había roto (ideas muy sádicas, pero que pasaron por mi mente). Todos los demás se aproximaron y al voltear a Jhon, notamos como su ojo derecho estaba cubierto por una capa roja, su sangre. Su mano comenzaba a mancharse debido a que cubría su ceja por reflejo, donde la piel se había perdido por la fricción que tuvo con aquel codo de Henry. Luego, todo lo que siguió fue rápido.

Corrí hasta mi mochila a traer agua bebible para limpiarle la sangre; Noelia llegó con alcohol, que no se usó al final; y la toalla que le prestó mi hermano detuvo la salida de sangre un rato. Lo levantamos, lo limpiamos, hablamos, nos disculpamos, le dijimos que vaya a la casa de Henry, que lo atenderíamos, le daríamos una gasa, que le daríamos agua oxigenada, etc. Pero él debía irse rápido, así que, con la toalla en mano, tomó un carro que venía y se fue, a los diez minutos, dejándonos con una culpa agria, pegajosa, grupal.

Entre nosotros hicimos mea culpa, yo porque di el pase, Henry porque lo golpeó, Adrián que fue el de la idea de seguir jugando, y los demás por jugar un último partido. Pero no ganábamos nada buscando culpables, así que decidimos llamarlo a cada rato para ver si estaba bien, y de pasada para que no se duerma ya que podría quedar inconciente.

Ahora que estoy en mi casa, he tratado de llamarle, pero no contesta. A la tercera ya tenía apagado su celular, seguro cansado que lo llamemos. Solo me queda esperar que se mejore, que no esté resentido (lo dudo). Por mi parte siento que no debí dar aquel pase, pero las cosas ya están hechas.

Suerte compañero, que te mejores, y lo siento (aunque ya se lo dije).

16 may 2009

Conociendo a la chica de apariencia tranquila

En la universidad, uno puede conocer cada tipo de persona, y eso es tan interesante que hasta yo, que soy poco sociable, me aventuro a hacer. Algo así me pasó un martes pasado.

Habíamos acabo la clase de Programación. Mi amigo se fue rápido y yo debía "hacer hora" (exactamente eran tres horas) para arreglar algunos trámites, y no sabía qué hacer. Tenía trabajos y tareas, pero no había traído los materiales suficientes. Entonces me había resignado a "vagar", algo que no suelo hacer.

En eso, veo a una compañera de clases (por cuestiones del relato la llamaré Denisia). Es una chica simpática, usa lentes y siempre lleva el cabello negro recogido. Denisia aparenta ser serena y tranquila... Me resultaba familiar. Aunque, para ser sincero, diría que de alguna manera yo me veía reflejado en ella, como mi versión femenina, como el reflejo de mi persona. ¿Hasta qué punto eso era cierto?

Me picaba la curiosidad, así que me acerqué a ella, preguntándole qué haría ahora que las clases se terminaron y ya no había más por ese día. Denisia me dijo que esperaría a una amiga, por lo que la invité a compartir unas cuantas horas juntos. Creo que la idea le gustó más de lo que creía. Primero fuimos a la biblioteca de la universidad, o llamado también Centro de Información. Luego de aburrirnos hojeando algunos libros para su investigación, salimos de allí y nos sentamos en unas bancas. Era lo que estaba esperando.

Comenzamos a conversar sobre nuestro pasado inmediato, dónde habíamos estudiado, por qué elegimos esta universidad, por qué esta carrera, etc. Al final, terminamos hablando del colegio y los amigos. Ella estudió en un colegio de puras mujeres (algo poco usual para estos tiempos) y me confesó no tener ningún amigo hombre. Eso me resulto extraño, pero coquetamente le dije que entonces sería su "primer amigo hombre".

Seguimos conversando de nuestros gustos, fue inevitable no hablarle que me gusta la actuación y el teatro. Cada cosa que ella iba descubriendo de mí la sorprendía más, hasta me dijo que era una caja de sorpresas y que no parecía que fuera alguien que le gusta el teatro o cosas dinámicas. Confesé que podría ser tranquilo, o aparentar serlo, pero que en el fondo no lo era. Ella realizó la misma confesión y ambos nos guardamos la sonrisa del otro como un secreto, o tal vez como una insinuación.

Sin darme cuenta, el tiempo pasó volando y ya debía hacer los trámites. Ella también iba a buscar a su amiga. Me despedí de Denisia con bastante gusto y agrado. Teníamos algunas cosas en común, más que nada nuestras personalidades, pero en los gustos (leer, escribir, teatro, etc.) no tanto como creía. A ella le gustaban más los números (por algo estudiaba Ingeniería) y a mí más las letras (y eso que también estoy en su misma facultad).

Al día siguiente, y el resto de la semana, nos dedicamos varias miradas escurridizas y cargadas de sonrisas, hasta el punto que sus amigas comenzaron a fastidiarla. De alguna manera eso me gustaba.

El viernes, último día antes de no vernos hasta el lunes, yo entraba al salón y ella estaba en la primera fila. Denisia me miró de una manera algo diferente, como si le provocase reírse (¿de mí?), tanto así que me tropecé con unn mochila que estaba tirada en el suelo y casi me caigo sobre una chica. Estaba sonrojado por el "roche". Me senté al fondo y volví a verla, ella me miraba y se ría suavemente. No sabía lo que esa mirada suya pretendía significar, o al menos no quería imaginarme mucho.

Al final del día, tenía que irme rápido por otros compromisos, así que poco pude hablar con ella. Denisia es interesante, es simpática, me cae bien, es inteligente y aparenta ser seria (cuando según ella no lo es). Me gustaría conocerla más, y eso me propongo hacer.

9 may 2009

En pocos segundos

Me gusta caminar, estar activo. Por eso, casi siempre, me levanto muy temprano. Para llegar a mi universidad, usualmente debería tomar dos carros, pero yo prefiero tomar uno solo, ya que el segundo transporte solo demora unos diez minutos. Para eso, salgo con una hora y media de anticipación. De esta manera, al llegar a un punto, bajo un puente y camino la distancia faltante, la cual es recorrida por algunas “combis” que dejan directamente a los estudiantes. Si estoy a tiempo, camino unos 20 minutos hasta mi destino, sin apuro.

En la universidad es igual, uso escaleras antes de ascensores. Recuerdo ahora una anécdota que puede no ser tan interesante. Pero en fin, es lo que se me ocurre por el momento. Aquella vez, decidí variar un poco e ingresé a un ascensor. No es que sea claustrofóbico; como ya escribí antes, prefiero moverme antes que esperar algo.


El ascensor solo permitía a 18 personas con peso promedio de 70 Kg. Sonreí para mí, cumplía con el requisito. Estaba apoyado en una esquina, con mi mochila aplastada por mi cuerpo. Estaba solo. Hace solo 5 segundos que las puertas del ascensor se habían cerrado. Ya estaba marcado el botón que indicaba que iría al piso número diez. Sentí como las cuerdas y otros mecanismos se movían para elevar la caja metálica, de unos dos metros cuadrados, por enésima vez.

Luego de unos cinco segundos, el ascensor se detuvo. Las puertas se deslizaron y delante de mí aparecieron dos chicas de tez clara. Una tenía cabello rubio y ondulado, ojos claros y gruesos labios que se encogían y estiraban mientras hablaba con su compañera. Esta era más pequeña, con negro cabello lacio y un polo rojo bastante ajustado, resaltando su figura y pechos. Ambas eran realmente simpáticas.

Ingresaron al ascensor y la primera no se dio cuenta de mi existencia. La segunda solo me observó por un segundo, me sonrió y siguió conversando con la rubia. Ellas estaban a tan solo unos pocos centímetros de mí y eso era algo inquietante. Hablaban de las clases más aburridas cuando, de pronto, comenzaron a hablar de un tal Franz, quien, al parecer, se había ganado fama de casanova indiscreto.

Era impresionante lo rápido que hablaban y movían sus lenguas, la rapidez con que fluían sus ideas, todo en menos de 30 segundos. Tiempo suficiente para que el ascensor llegase al décimo piso. Tuve que salir, había llegado a mi destino.

Avancé por un lado y volteé antes que se cerraran las puertas automáticas. Por ese breve segundo, me aluciné un actor de cine en plena escena romántica ("amor a primera vista"). La chica de pelo negro no me miró siquiera, como yo creía que haría. Salí algo decepcionado, y ya no me sentía más parte de esa escena. Luego, mientras caminaba entre los estantes de libros, me percaté de las cosas lujuriosas que podrían haber pasado. Hombre.

Yo solía subir las escaleras, pero creo que puedo variar. Me podría cruzar con alguna fémina mientras una máquina me ahorra el trabajo de escalar peldaños, y quién sabe qué cosas podrían pasar…

Ja. Ni yo me lo creo, nunca pasaría tales cosas que mi propia imaginación me sugiere. Prefiero las escaleras, es mejor, así que... a moverse.