9 may 2009

En pocos segundos

Me gusta caminar, estar activo. Por eso, casi siempre, me levanto muy temprano. Para llegar a mi universidad, usualmente debería tomar dos carros, pero yo prefiero tomar uno solo, ya que el segundo transporte solo demora unos diez minutos. Para eso, salgo con una hora y media de anticipación. De esta manera, al llegar a un punto, bajo un puente y camino la distancia faltante, la cual es recorrida por algunas “combis” que dejan directamente a los estudiantes. Si estoy a tiempo, camino unos 20 minutos hasta mi destino, sin apuro.

En la universidad es igual, uso escaleras antes de ascensores. Recuerdo ahora una anécdota que puede no ser tan interesante. Pero en fin, es lo que se me ocurre por el momento. Aquella vez, decidí variar un poco e ingresé a un ascensor. No es que sea claustrofóbico; como ya escribí antes, prefiero moverme antes que esperar algo.


El ascensor solo permitía a 18 personas con peso promedio de 70 Kg. Sonreí para mí, cumplía con el requisito. Estaba apoyado en una esquina, con mi mochila aplastada por mi cuerpo. Estaba solo. Hace solo 5 segundos que las puertas del ascensor se habían cerrado. Ya estaba marcado el botón que indicaba que iría al piso número diez. Sentí como las cuerdas y otros mecanismos se movían para elevar la caja metálica, de unos dos metros cuadrados, por enésima vez.

Luego de unos cinco segundos, el ascensor se detuvo. Las puertas se deslizaron y delante de mí aparecieron dos chicas de tez clara. Una tenía cabello rubio y ondulado, ojos claros y gruesos labios que se encogían y estiraban mientras hablaba con su compañera. Esta era más pequeña, con negro cabello lacio y un polo rojo bastante ajustado, resaltando su figura y pechos. Ambas eran realmente simpáticas.

Ingresaron al ascensor y la primera no se dio cuenta de mi existencia. La segunda solo me observó por un segundo, me sonrió y siguió conversando con la rubia. Ellas estaban a tan solo unos pocos centímetros de mí y eso era algo inquietante. Hablaban de las clases más aburridas cuando, de pronto, comenzaron a hablar de un tal Franz, quien, al parecer, se había ganado fama de casanova indiscreto.

Era impresionante lo rápido que hablaban y movían sus lenguas, la rapidez con que fluían sus ideas, todo en menos de 30 segundos. Tiempo suficiente para que el ascensor llegase al décimo piso. Tuve que salir, había llegado a mi destino.

Avancé por un lado y volteé antes que se cerraran las puertas automáticas. Por ese breve segundo, me aluciné un actor de cine en plena escena romántica ("amor a primera vista"). La chica de pelo negro no me miró siquiera, como yo creía que haría. Salí algo decepcionado, y ya no me sentía más parte de esa escena. Luego, mientras caminaba entre los estantes de libros, me percaté de las cosas lujuriosas que podrían haber pasado. Hombre.

Yo solía subir las escaleras, pero creo que puedo variar. Me podría cruzar con alguna fémina mientras una máquina me ahorra el trabajo de escalar peldaños, y quién sabe qué cosas podrían pasar…

Ja. Ni yo me lo creo, nunca pasaría tales cosas que mi propia imaginación me sugiere. Prefiero las escaleras, es mejor, así que... a moverse.

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